sexta-feira, 25 de janeiro de 2013

Eduardo Chillida, La poesia del espacio, por Carola Giedion-Welcker

"En esta constelación hidtórica, la situación de Chillida es muy otra, originario, como Ganzález, de España; y del norte, donde la tradición milenaria de la forja no conció ninguna interrupción. El artista trabaja él mismo su propio material, lo modela personalmente y lo sigue en todos los estadios de su trabnsformación, tanto física como química: se podría hablar de un verdadero "vía crucis" del hierro. El resultado es un conocimiento profundo del "caráter íntimo" de este material y de sus posibilidades de expresión, superior al que se deriva del "montaje" de elementos ya eleaborados. El fuego al que el hierro es sometido, el martillazo que recibe sobre el yunque, la torsión que le inflige la tenaza son para Chillida estigmas impresos de manera imborrable en él. Así, la creación artística está profundamente ligada al artesanato.
Chillida no llegó directamente a la forja. Después de haber empezado la carrera de arquitectura en Madrid, a partir de 1947, se puso a esculpir la piedra. Sus primeros torsos, casi arcaicos, rudos, de expresión densa, no constituirán más que una fase transitoria de su evolución: pronto se siente atraído por otro material, por otros modos de expresión. Tras una estancia de tres años en Paris, el joven artista aborda sin más vacilaciones el trabajo de hierro y se retira a su estudio de Hernani, en el País Vasco, en 1950. Al principio, se ven nacer formas geométricas simnples, articuladas unas con otras, como la estela funeraria de estilo tan grave, Ilarik, 1951.

Después se desarrollan nuevas configuraciones cuyas líneas unas veces se distienden y otras se retractan: la tensión espacial, la vehemencia dramática que las anima adquieren una importancia decisiva. Ascéticamente, con un vocabulario reducido, Chillida articula ese lenguaje duro que inscribe en el espacio un mundo de formas dinámicas. Cintas perfiladas dibujan las múltiples variaciones de su Rumor de límites:ángulos agudos, curvas ascendentes, perfiles nítidos que se alzan del suelo en espirales flexibles, se amplían en superficies entrecortadas para volver a huir en el espacio libre, tras breves nudosidades. Todo el peso de la materia parece convertirse en flujo nervioso, en energia. Y esas líneas, a veces aceleradas y otras aplanadas por la tensión, esos diversos momentos de un movimiento continuo surgen en el espacio libre, al contrario que las construcciones calculadas, que encierran el vacío, que encontramos en Jacobsen. Aquí se trata más bien de una constelación que se despliega en el espacio, con un impulso espontáneo, audaz, que retyardan un cierto número de staccatos. Se adivina un ritmo, un desarollo tenmporal. Ante ese hierrro agitado y chorreante, se piensa involuntariamnete en la expressión de los chinos que llaman a los caminos sinuosos "ríos petrificados". El mismo Chillida distingue expressamente la actitud del escultor y la del arquitecto ante el espacio por conquistar: "Esos problemas de espacio desde siempre han pertenecido al terreno del arquitecto, pero los espacios arquitectónicos son definidos por lo bidimensional. En mi caso como escultor, lo que es tridimensional se define por lo tridimensional y ambos conjuntos de espacios que podríamos denominar naegativo-vacío y positivo-lleno, están en etrecha correlación, inclsuo dirría que dialogan".

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