" ...Detrás de los cuadros, las esculturas y los bajorrelieves de López hay exactamente lo más opuesto a un objetivo, en la misma medida que a su lado se coloca algo que se halla exactamente en los antípodas de un fotograma. Toda su obra se nutre con una especie de secreta pulsación psíquica y, conjuntamente, de una milesimal capacidad de advertir los cambios, las crecidas, las devastaciones que el tiempo va imprimiendo en la existencia de los países, de los hombres y de las cosas (y los pertinentes peligros, además de las pertinentes e impalpables amenazas).
Mientras tanto, iconográficamente, no hay cuadro, relieve o dibujo de López que no haga referencia al reducidísimo círculo de su estudio, de su casa, de sus pasillos, de sus habitaciones, de sus familiares, de su pequeño huerto y de su minúsculo jardín. En suma, de todo aquello que ha visto, tocado, habitado, amado, abrazado, sobado, de lo que ha vivido y no lo que ha fotografiado.
Así, si lo principal y concreto del objetivo ( de la pintura que plagia los productos) es apresar y dar testemonio del instante, lo principal e lo particular de la poesía de López reside en la destrucción de ese instante y en el introducirse, momento a momento, milímetro a milímetro dentro de las grietas del tiempo, y por aquella sutilísima y tortuosa vía hecha de aproximaciones y de alejamientos, alcanzar una especie de "summa" de todo posible pasado y, conjuntamente, de una especie de presagio y anuncio de todo futuro. Aquel amor y aquella identificación de su pintura con las incrustaciones de líquenes, con el polvo, los mohos y las devastaciones salítricas de los muros, con su agrietarse, abrirse y caer lentamente a los pies de una tierra desolada, amor e identificación que se observan taambién técnicamente en sus primeras obras...".
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