"Perfilando una dama, como antes recordamos, Saura dio a su acción pictórica un nuevo brío, apropriándose de una imagen y de una estructura con las que poder medirse de verdad, dar rienda suelta a su brío artístico, que tiene que ver tanto con el vértigo como con un sabio sentido de la medida; digamos, pues, en fin, al hilo del discurso, que tiene que ver tanto con el ojo como con la mano.
(...)
Enfrentarse con la tela, a cuerpo descubierto, como un luchador, ha sido el comportamiento de los pintores llamados de accíon, donde el gesto, el impulso y eso que, en general, denominamos brío, toda una energía generosamente dilapidada, escribe una épica de combate, audaz y rápida. Con todo, no se combate porque sí: a cada accíon hay que darle passión, al menos si se quiere que el ataque sea impetuoso. Saura ha descrito el suyo como "precisión y rabia mental, odio amoroso pintado".
La suya es, por tanto, una caligrafia ampulosa y accidentada, que convierte los desnudos o las caras en montañas escarpadas, de perspectivas abismales, de cortes vertiginosos, de apurados senderos que bordean cuervas y pozos.
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Del cuerpo al rostro, Saura se ha dejado arrastrar por una pasión de desentrañar la realidad, como si quisiera abrirla en canal. Pintando a corazón abierto, lo que vemos ahí, esparcido como un amasijo sobre la tela, no son sino sus propias interioridades.
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En su forma solitaria y maníaca de accionar pictóricamente frente a la tela, sea cual sea la figura o imagen que eventualmente dispare su esgrima, Saura ha dejado un rastro de gestos precisos. Es el rastro de una misma batalla, que se repite porque no tiene fin. En la figura o ele retrato, Saura no se conforma con componer una imagen, sino, sobre todo, más allá, en descomponerla.".
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