La obra de Lasar Segall se inscribe entre las de más alto valor y importancia en el arte contemporáneo. Él fue un artista de rara honestidad, fiel hasta el fin a su oficio e incapaz de subordinar su inspiración a los factores momentáneos de sucesso. (...)
Considerando que fue un artista de primera calidad, no pienso, sin embargo, que su mérito con relación a nuestra pintura se deba a la aducida condición de pionero. No me parece justo tal concepto de "pionerismo" en arte, sobre todo en un país como el nuestro, tan expuesto a las influencias del exterior que, por otra parte, siempre nos llegan con atraso: véase, por ejemplo, el caso de la Semana de Arte Moderno, que era supuestamente pionera en artes plásticas en una época en la que ya Picasso, cansado del "modernismo", se volvía hacia los temas de inspiración clásica. El mérito real de la pintura de Segall es otro, reside en el valor intrínseco de la obra, en la incansable y victoriosa búsqueda de los medios de expresión de la realidad.
Él merece el respeto y la consagración debidos a todos los creadores que, sin preocupaciones de cronología o precedencia, hicieron y hacen auténtico arte.
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